
Los empleados piden a las empresas mejores equipos de protección y recuperar la condición de agente de seguridad que les quitaron en 1992
Salta la alarma. Tres grafiteros han accedido al depósito de trenes de Cuatro Vientos y empiezan a pintar con esprays los vagones de Metro. Tras ser detectados por las cámaras de seguridad, un grupo de vigilantes sale a su paso para intentar detener la acción. Una situación, cada vez más cotidiana, que pronto comprobarán el riesgo que conlleva. Lejos de desistir de sus intenciones, los vándalos atacan a los trabajadores con palos y una navaja, ocasionando a uno de ellos varios cortes en un brazo. El forcejeo, que se salda, además, con otro de los empleados golpeado, termina cuando los autores de la agresión huyen a la carrera. Estos hechos ocurrieron en septiembre y son solo un ejemplo de las cerca de 150 agresiones a personal de seguridad que se han producido este año en el suburbano madrileño.
El pasado mes de noviembre, otros cinco vigilantes fueron agredidos brutalmente en dos episodios acaecidos en las estaciones de Casa del Reloj (Metro Sur) y Alto de Extremadura (línea 6). En el primero, cuatro individuos la emprendieron a golpes al ser interceptados en los tornos de acceso por no validar el tique correspondiente. El resultado: cuatro guardas heridos, uno con siete puntos de sutura en la cabeza, otro con una costilla rota y los dos restantes con fuertes contusiones. Dos de los atacantes fueron arrestados.
Al día siguiente, entre la medianoche y la una y media de la mañana –hora de cierre–, un sujeto le asestó un cabezazo a otro empleado de seguridad provocándole la rotura del tabique nasal y un pómulo. «Estamos sometidos a un nivel de estrés descomunal», inciden los afectados, conscientes de la peligrosidad que corren en el desempeño de sus funciones: «Problemas tenemos casi a diario, pero agresiones fuertes (con traslado hospitalario), de media, dos o tres al mes». La última, este fin de semana en Barcelona, ha terminado con la víctima hospitalizada tras recibir varios mordiscos.
Precisamente, la externalización del servicio dificulta que las reivindicaciones lleguen a buen puerto. En algunas estaciones, relatan los vigilantes, sí que portan estos equipos: «Pero solo en momentos muy puntuales como grandes eventos deportivos, manifestaciones o acontecimientos de otra índole donde se prevé una afluencia masiva de gente». En temporada estival, dadas las altas temperaturas, piden que los chalecos sean sustituidos por camisetas con las mismas protecciones. Fuentes de Metro explican que son las compañías de vigilancia las que tienen la obligación de entregar a sus empleados el material necesario para llevar a cabo su labor. «Por nuestra parte no hay ninguna objeción para que lleven esta dotación, pero corresponde a las empresas y a la Inspección de Trabajo determinar tales extremos», informa el suburbano, que entre enero y octubre registró 139 agresiones, un 2,5% menos que en el mismo periodo del año anterior.
En 2018, Metro alcanzó los 657 millones de viajeros, con una media de 2,3 millones por día laborable. Dado el volumen de usuarios, los cerca de 1.500 profesionales encargados de controlar el metro solicitan medidas más allá del equipamiento. «Reivindicamos desde hace años que se nos devuelva el carácter de agentes de autoridad», una condición que el sector mantuvo hasta 1992, año en el que el Gobierno de Felipe González la revocó: «Con la entrada de la primera Ley de Seguridad Privada, se cambió la denominación de vigilante jurado a vigilante de seguridad, lo que se tradujo en la pérdida de esta protección jurídica». En ese sentido, asevera, solo poseen tal calificativo en situaciones de colaboración con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad o en cualquier intervención en la que estos efectivos estén presentes. «Si no acuden, estamos solos, sin que a los agresores se les pueda acusar de un delito de atentado a la autoridad», subraya.
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Fuente: ABC