El guarda particular de campo es un cuerpo de seguridad privada de abolengo en España. Sus agentes llevan casi tres de siglos a cargo de la vigilancia y la protección de las fincas rústicas de España o “guardería”, que es como llaman los guardas rurales a su tarea. Estos profesionales prestan un servicio de seguridad que está inspeccionado y controlado por la Guardia Civil, que también se encarga de realizar los exámenes en dos convocatorias anuales.
Es a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado a quienes los guardas rurales tienen que dirigirse cuando se encuentran una banda de malhechores. Así lo hicieron Marcelo y sus compañeros cuando encontraron aquel atraco en el naranjal de la finca en aquella fría noche de marzo. Porque, aunque a los guardas se les permite la posesión limitada de armas, no disponen de la figura jurídica de la autoridad. Y es un problema.
“Puedes retenerlos mal que bien y puedes instarlos a que devuelvan las naranjas, pero todo dependerá del humor de los ladrones y de la resistencia que opongan”, lamenta Julio Marcelo, sobrino de Antonio, quien critica la exposición a la agresión a la que están sometidos los guardas en el día a día. Con la Guardia Civil es distinto.
El cambio normativo de 1992
Es la reivindicación de los guardas, que solicitan al Ministerio del Interior el carácter de agente de la autoridad que perdieron en el cambio legislativo de 1992. “Sin esa figura”, explica el menor de los Marcelo, “las agresiones que sufrimos son despachadas en los juzgados como meras lesiones, una minucia si se pretende amedrentar a los ladrones”.
También ocurre con los furtivos, otro de los grandes antagonistas del guarda rural. En Jaén son habituales los cazadores de ciervos que venden las cornamentas por una millonada en el mercado negro. Lo explica Víctor Villalobos, guarda rural y portavoz del Sindicato Autónomo de Trabajadores de Empresas de Seguridad (ATES-SAM): “Es a lo que nos sometemos. Un guarda fue agredido por el cazador que sólo sufrió una multa insignificante”.
El solano arrecia hoy en la finca que guarda la familia Marcelo, que hace la labor de guardería ataviada con el uniforme reglamentario y una perra que muerde más que ladra. Es la temporada de la recogida de la patata. Han llegado dos camiones portugueses que, una vez cargada la hortaliza, transportarán la carga a los mercados de Francia y Alemania.
Durante el paseo, el menor de los Marcelo expone más problemas del gremio. Sin autoridad no hay veracidad, de lo que resulta que los guardas denuncien delitos que nos acaben prosperando. Por eso piden la misma condición de médicos y docentes. Eso y el intrusismo son los otros obstáculos a los que se enfrenta un colectivo permanentemente expuesto a la intemperie. Los Marcelo reconocen que prefieren este sol a la sombra de un parque urbano. Es su naturaleza.
Fuente: Diario de Sevilla